Asistir al
mítico y legendario Estadio Cuauhtémoc infiere un grado de responsabilidad y un
sinfín de emociones, sentimientos y desvaríos que te nublan, de manera
incesante, desde la noche previa al partido. Un dolor terco, innecesario y poco
furtivo. Y si esto no define ser ‘fanático’ del Puebla, no sé qué lo pueda
hacer.
La nueva
cara [sic] del Puebla hacía su presentación. Las cosas no andan del todo bien,
rumores fuertes iban, van, vienen y vendrán desde la directriz del Club hasta
los jugadores, y eso se ha palpado en una respuesta dubitativa por parte de la
afición.
Los
minutos previos, y hablo estrictamente a título personal, eran un maldito
manojo de nervios. Sin el afán de querer jugar al técnico, la alineación
presagiaba una historia distinta, con jirones de aventura y, por supuesto, de
reacción; mínima, pero reacción a final de cuentas.
La
percepción del partido es subjetiva, será complicadísimo –en demasía- estar en
la totalidad de acuerdo sobre las actuaciones de cada jugador; sin embargo,
como en la vida misma, es más fácil destruir que construir. Los fallos del
Puebla, aunado al pésimo estado de la cancha, radican –insisto, a título personal-
en la falta de estabilidad; un problema que toca, de manera grotesca, todas y
cada una de las aristas que conforman al equipo, desde la cúpula hasta los que
se muestran sobre el césped e, indiscutiblemente, por el banquillo.
El estreno
fue, sino calamitoso, vasto de nervios; y es normal. El comienzo de un torneo
–en voz de los expertos- te presagia y te condena para, casi, la totalidad de
la campaña. El sistema resultadista de nuestro balompié acorta procesos,
polariza distancias y exime la usanza y el
medio a cambio del fin. La Franja no posee ese margen de error, no lo
tiene y, como suele pasar, le urge cuando más lo necesita. Los pasos del club
no caminan firmes, van con miedo, sin ese desparpajo necesario que hace único a
este fastuoso juego de la pelotita. «Ese
descarado carasucia que se sale del libreto, que por el puro goce del cuerpo se
lanza a la prohibida aventura de la libertad». –Eduardo Galeano [El fútbol
a sol y sombra].
El equipo
se ve limitado por sí solo, amarrado, increpado por la presión y, por inevitable
consecuencia, arropado por la imprecisión; sin caer en el garlito de
personalizar el error –execrable recurso al que considero temprano acusar-, la
percepción general es unánime y ‘un mucho’ disfrazada por la inevitable emoción
de nuestro ansiado respiro del último minuto. El regreso a casa no me ha dejado
contento y, contrario a lo que opina –y cree saber- Don ‘Manolo’, tampoco me ha
dejado tranquilo; el apoyo incondicional de afición y club, creo, debe ser
recíproco. Y, al menos hoy, no lo ha sido.
Aún con
ese sentimiento de odio propio hacia la fatalidad, tampoco puede obviarse el
inicio de nuestro calendario; complicadísimo. Y, como lo expreso en líneas
anteriores, el margen de error no cuenta con un vestigio de aparición; visitas
más que complicadas y honores en casa a equipos que, bajo un nulo ápice de
reacción, inminentemente, terminarán de condicionar –más de lo que ya está-, la
batuta de ésta vulnerada orquesta.
Aún con la
novela propia de los últimos días, las ilusiones y las caras felices y llenas
de esperanza –aunque en menor cantidad-, han vuelto a aparecer este domingo. Bisbiseos.
@DonKbitos
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