domingo, 21 de julio de 2013

"Bisbiseos"

Asistir al mítico y legendario Estadio Cuauhtémoc infiere un grado de responsabilidad y un sinfín de emociones, sentimientos y desvaríos que te nublan, de manera incesante, desde la noche previa al partido. Un dolor terco, innecesario y poco furtivo. Y si esto no define ser ‘fanático’ del Puebla, no sé qué lo pueda hacer.
La nueva cara [sic] del Puebla hacía su presentación. Las cosas no andan del todo bien, rumores fuertes iban, van, vienen y vendrán desde la directriz del Club hasta los jugadores, y eso se ha palpado en una respuesta dubitativa por parte de la afición.
Los minutos previos, y hablo estrictamente a título personal, eran un maldito manojo de nervios. Sin el afán de querer jugar al técnico, la alineación presagiaba una historia distinta, con jirones de aventura y, por supuesto, de reacción; mínima, pero reacción a final de cuentas.
La percepción del partido es subjetiva, será complicadísimo –en demasía- estar en la totalidad de acuerdo sobre las actuaciones de cada jugador; sin embargo, como en la vida misma, es más fácil destruir que construir. Los fallos del Puebla, aunado al pésimo estado de la cancha, radican –insisto, a título personal- en la falta de estabilidad; un problema que toca, de manera grotesca, todas y cada una de las aristas que conforman al equipo, desde la cúpula hasta los que se muestran sobre el césped e, indiscutiblemente, por el banquillo.
El estreno fue, sino calamitoso, vasto de nervios; y es normal. El comienzo de un torneo –en voz de los expertos- te presagia y te condena para, casi, la totalidad de la campaña. El sistema resultadista de nuestro balompié acorta procesos, polariza distancias y exime la usanza y el  medio a cambio del fin. La Franja no posee ese margen de error, no lo tiene y, como suele pasar, le urge cuando más lo necesita. Los pasos del club no caminan firmes, van con miedo, sin ese desparpajo necesario que hace único a este fastuoso juego de la pelotita. «Ese descarado carasucia que se sale del libreto, que por el puro goce del cuerpo se lanza a la prohibida aventura de la libertad». –Eduardo Galeano [El fútbol a sol y sombra].
El equipo se ve limitado por sí solo, amarrado, increpado por la presión y, por inevitable consecuencia, arropado por la imprecisión; sin caer en el garlito de personalizar el error –execrable recurso al que considero temprano acusar-, la percepción general es unánime y ‘un mucho’ disfrazada por la inevitable emoción de nuestro ansiado respiro del último minuto. El regreso a casa no me ha dejado contento y, contrario a lo que opina –y cree saber- Don ‘Manolo’, tampoco me ha dejado tranquilo; el apoyo incondicional de afición y club, creo, debe ser recíproco. Y, al menos hoy, no lo ha sido.
Aún con ese sentimiento de odio propio hacia la fatalidad, tampoco puede obviarse el inicio de nuestro calendario; complicadísimo. Y, como lo expreso en líneas anteriores, el margen de error no cuenta con un vestigio de aparición; visitas más que complicadas y honores en casa a equipos que, bajo un nulo ápice de reacción, inminentemente, terminarán de condicionar –más de lo que ya está-, la batuta de ésta vulnerada orquesta.
Aún con la novela propia de los últimos días, las ilusiones y las caras felices y llenas de esperanza –aunque en menor cantidad-, han vuelto a aparecer este domingo. Bisbiseos.


@DonKbitos


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